¿De quién es la culpa?

¿De quién es la culpa?
¿De quién es la Culpa?
Autor: Efrain Lesmes Castro

La sanación debes darla tú mismo

“Todo el mundo, cuando se le pregunta por qué se ha enfermado, lo sabe. Claro, lo sabe. Se conoce, sabe cuando empezó a enfermar y por qué; a la hora de preguntárselo, delega la responsabilidad al terapeuta. Usted es quien sabe, Doctor; usted estudió para eso; por eso vine”.14 –Maestro Padilla–.

Todos quieren descargar la responsabilidad en el médico: Aquí le traigo una bronquitis crónica; usted debe resolverla. Le traigo a mi hijo o a mi hija con tal o cual cosa; por favor quítenos ese problemita de encima.

Fácil. El médico, el terapeuta, el sanador o quien sea, debe hacerse cargo. Y para colmo de males, hay practicantes de todas las artes médicas asumiendo ese papel. Además, así lo hacen sentir: Si se hubiera demorado cinco minutos más… no hubiera podido salvarle la vida. Déjenlo en mis manos; yo les resuelvo esa situación. Si no hace esto o aquello, yo no respondo. –¿Responder?–

Pero la verdad es otra. En otros tiempos, y hablando de la gente civilizada (ya han olvidado los métodos naturales y de convivencia armónica con todas las fuerzas de la naturaleza), cuando una persona sufría la fractura de un hueso, un brazo, por ejemplo, lo entablillaban amarrando unas tablitas con bejucos.

Hoy en día se emplea yeso (aunque algunos exigen mármol) y se dan muletas (hay quien puede usarlas de oro macizo). Y se tiene a disposición todo un arsenal medicamentoso para evitarle al paciente la más mínima molestia: antiinflamatorios y antiácidos para evitar la posible úlcera a causarse por los primeros; antibióticos para resolver la posible infección y antipiréticos si se presenta fiebre; anti lo uno y anti lo otro para todo lo previsible; hasta platinas, clavos y tornillos para facilitar y proporcionar la mejor comodidad. Se hacen verdaderas obras y proezas de ingeniería, al lado de los procesos de medicina.

Pero sabemos, independientemente de los materiales externos, de las marcas y el costo de los medicamentos, así como de la fama de la clínica y los títulos del médico y del equipo de cirugía: el hueso solamente lo arreglas tú.

Después de todos los esfuerzos –muy profesionales, necesarios y adecuados–, de todas las previsiones del caso –muy oportunas y de mucha utilidad– y de las personas involucradas –muy éticos y muy capacitados–, se debe esperar la respuesta del organismo para soldar el hueso.

Lo mismo ocurre con la mayoría de las afecciones padecidas por el hombre (por no decir todas). Ya hicimos todo lo humanamente posible; ahora, esperar la respuesta del paciente a lo hecho. También se oye decir: “Hicimos todo lo humanamente posible, pero no pudimos evitar su fallecimiento”.

Y esa es la verdad. Sea cual sea la enfermedad que padezcas, con diagnóstico o sin él, con estadística disponible o sin ella, con servidores capacitados o no, de cualquier manera, tú debes resolver el problema.

La vida ha dotado el ambiente de todo lo necesario para tu ayuda; pero en ningún caso va a hacer tu parte; esa te toca a ti.

De paso, si algo te ocurre, no sólo en salud sino en el diario transcurrir de tu vida, el Universo te lo ofrece para tu aprendizaje y también para el aprendizaje de otros a través de tu experiencia. Sin embargo, a pesar del diálogo permanente de la vida, estás en libertad de asumirlo o no; la vida no te exige las cosas directamente. Eso lo debes descubrir tú mismo y actuar. Cosa contraria sería renunciar al propósito por el cual se viene acá. No se debe olvidar, es una sola cosa: trascender.

No se pone en duda lo hecho por el médico, el terapeuta, el sanador, etc.; ellos desempeñan su papel y hacen lo propio; son parte de las ayudas disponibles para usar; solamente, a la hora de escoger, estés alerta y no te equivoques. A la vez, quienes te brinden ayuda deben ser solamente los intermediarios útiles. Caso contrario, desperdiciarás la oportunidad ofrecida por la vida para aprender y crecer y llegar a ser modelo para los demás.

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