¿De quién es la culpa?

¿De quién es la culpa?
¿De quién es la Culpa?
Autor: Efrain Lesmes Castro

Si vas a dar algo, procura tenerlo

Vemos con frecuencia a las personas, especialmente las madres, hacer gala de la capacidad de sufrir, cargando con los problemas de los demás, como si esto solucionara las situaciones.

Cuando un hijo o una hija sale en la noche y no ha regresado a la hora acordada, la madre espera tras la ventana llena de desesperación y de lágrimas. Y podemos preguntar Señora: ¿A las cuántas lágrimas suyas llega su hijo o su hija?

Cuando un muchacho sale, decide regresar a casa al terminarse la fiesta, o cuando se termina el licor, o cierran el establecimiento, o se despierta donde está, o por considerarlo de su responsabilidad el hacerlo; pero nunca hemos sabido de alguien que decida regresar a casa porque mamá ya llegó a las quinientas lágrimas o porque mamá ya llegó al límite de la desesperación o porque mamá puede amanecer mañana enferma si me demoro más, etc. Es como si ésto no importara en lo más mínimo.

Las madres (y los padres también) se enferman cuando su angustia ha hecho suficiente daño y se somatiza. Y al preguntarles cuántas situaciones han solucionado a través de la angustia o del afán o de las lágrimas o de cualquier otro elemento de sufrimiento acostumbrado, todos responden: “ninguna vez”.

Cuando una persona llega a la puerta de nuestra casa con peligro de una muerte inminente por hambre, la forma de ayudarla no es con angustia o con lágrimas o cosas por el estilo. Podemos ayudarla únicamente con alimento y para hacerlo, se debe tener alimento a la mano y, desde luego, la voluntad para darlo.

Igual, si una persona está a punto de morir a causa del frío, debemos abrigarle, no llorarle o deprimirnos o maldecir. Solamente con el abrigo podemos evitar su muerte y para hacerlo, debemos tener un abrigo a mano y voluntad de servir.

Lo mismo ocurre con todas las situaciones de la vida. Para poder ayudar a los enfermos, debemos tener salud; pero, por lo general, la madre primero se angustia y luego se enferma, como si con ello fuera a solucionar la situación.

En el caso de la drogadicción o del alcoholismo, siempre hay un componente emocional no atendido por el paciente. Y tratar de resolver un problema emocional con un nuevo desequilibrio, es empeorar la situación. Así habrá un motivo más para continuar.

Lo mismo ocurre, por ejemplo, en los casos de infidelidad, donde la persona ha llegado a la situación de preferir estar lejos, donde se sienta mejor el ambiente, huyendo de donde día a día hay más y más carga emocional. La infidelidad empieza a aparecer cuando se comienza a desvanecer el encanto inicial –el cual unió a la pareja– y la ilusión se transforma en rutina, deberes y obligaciones y otras cosas más, todas emocionales. Desde luego hay muchos otros motivos.

Los problemas económicos (fuente de la mayoría de las angustias), no los resuelve la tranquilidad, se dirá. Pero, ¿cuándo se ha visto a un banco o a cualquier otro acreedor rebajar una deuda a cambio de lágrimas? La angustia no ayuda a pagar, pero puede llevarnos a enfermar y entonces empeorar la situación porque ahora no solamente debemos conseguir el dinero para atender las deudas sino que, además, se debe buscar la plata para la clínica, los médicos, los medicamentos, las terapias, etc.

Si echamos una mirada hacia atrás, es posible encontrar muchas situaciones críticas vividas, por la pérdida de Fe en nosotros mismos, lo que en definitiva nos lleva a desequilibrar el resto de nuestras emociones, y de allá a la enfermedad.

Sería bueno preguntar a la persona a quien pretendemos ayudar: ¿Quiere ayuda?, ¿Qué busca?, ¿Me permite ayudarle?, ¿Cómo quiere la ayuda?, etc. Así, el protagonista de la solución será de la misma persona, lo cual le permitirá recuperar su Fe.

Páginas: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47