¿De quién es la culpa?

¿De quién es la culpa?
¿De quién es la Culpa?
Autor: Efrain Lesmes Castro

Padres “Patógenos”

En cierta ocasión recibí un niño de siete años de edad, traído por la mamá, por trastornos respiratorios padecidos desde la edad de bebé.

Al preguntarle al niño sobre su salud, dio una explicación muy detallada de su condición, explicando lo acontecido en sus pulmones, los medicamentos usados antes y los actuales, cómo debía proceder cuando se presentaba una crisis, las cosas a evitar para prevenir un ataque de asma, etc.

En otras palabras, tenía mucha conciencia de SER enfermo (sus primeras palabras fueron: soy asmático), y consecuentemente obraba como tal. Su vida estaba convertida en una lista de privaciones y obligaciones; y en el cumplirlas a cabalidad, estaba la garantía para evitar las manifestaciones de su enfermedad.

Al preguntar a la mamá sobre el niño, ella ratificó la información suministrada por él. Al entrar en detalle, afirmó: cuando el niño abría la nevera o se comía un helado o se mojaba con la lluvia y muchas otras circunstancias, siempre entraba en crisis si no se procedía de inmediato a cumplir estrictamente el manual de procedimientos recomendado.

Al buscar orientación para precisar el origen de la afección, encontramos su condición de madre soltera: al embarazarse durante su permanencia en la universidad, se alteró su vida. Esto le acarreó no pocos inconvenientes tanto en su casa paterna como en el estudio.

Sabemos dos cosas: los inconvenientes vividos por una madre en su embarazo se van a ver reflejados en la salud de los hijos nacidos de esa condición y, segundo, la depresión afecta directamente al sistema respiratorio. Luego, ya teníamos un indicio del posible origen de la condición de salud del niño.

Ante la información tan completa del niño y la mamá, la coincidencia de los términos y del relato mismo, pedí hablar a solas con el niño, quien gustoso accedió.

Ya solo con el niño, le pregunté si cuando él se encuentra solo en el apartamento de la unidad residencial donde viven (la madre trabaja y el niño estudia pero por el horario, él está un tiempo solo en el apartamento) abre la nevera, a lo cual responde afirmativamente y aclara que no se altera la respiración.

Igual comenta de los helados consumidos en el colegio, de las tardes cuando va a la piscina de la unidad residencial y de muchas otras cosas prohibidas realizadas cuando la mamá no está, sin afectarlo en lo más mínimo; pero esas mismas cosas le afectan cuando la mamá está presente.

Se han establecido muchas advertencias por parte de la mamá, siguiendo las sugerencias y recomendaciones recibidas y muchas amenazas pesan sobre el muchacho. No puede enfermar cuando está solo a causa de sus descuidos, porque inmediatamente aparece el castigo. Pero él ha logrado darse libertad para acceder a lo prohibido, sin enfermar.

Se procedió entonces a tratar en el muchacho el impacto del embarazo y se le ayudó para recuperar el equilibrio en su sistema respiratorio. A la mamá se hizo entender que el niño podía regresar poco a poco a la normalidad, para vivir la vida como un niño, concediéndole la posibilidad de ir accediendo a cosas prohibidas, con cautela.

Debía permitírsele a la mamá la opción de volver a tomar confianza en las cosas, ellas no son malas porque sí; nos afectan de acuerdo a nuestra susceptibilidad y a la capacidad de reacción del organismo. Su hijo podía alcanzar otra vez la homeostasis con el medio y continuar su proceso normal.

Esta historia llama la atención sobre la salud de los niños, especialmente porque puede ser perturbada a causa de un manejo inadecuado de la información recibida y porque, en procura de su salud, descargamos sobre los niños nuestros temores, los cuales pueden propiciar el desencadenamiento de la enfermedad. “Porque si de algo tengo miedo, me acaece, y me sucede lo temido”, nos enseña el Santo Job –3:25–.

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