¿De quién es la culpa?

¿De quién es la culpa?
¿De quién es la Culpa?
Autor: Efrain Lesmes Castro

Descubriendo el problema de salud

La salud (estar en equilibrio), es algo que todos podemos y debemos alcanzar. Se puede tener o recuperar (si se ha perdido), y mantener (si aún no se ha enfermado o ya se ha recuperado). Cuando se pierde (y entonces aparece la enfermedad), puede acudirse a alguien con experiencia en el manejo de enfermedades (médico general o médico especialista: cancerólogo, traumatólogo, reumatólogo, etc), o acudir, como alternativa, a un terapeuta con experiencia en el manejo de alteraciones de salud.

Debemos hacer una diferenciación entre las dos grandes escuelas de medicina llamadas científica –alopática– y experimental o empírica –conocida como alternativa–, pues mientras la primera estudia las enfermedades aisladamente –el cuerpo o la mente/emoción– tomando como base el resultado final de las afecciones –cadáveres– o los comportamientos de los enfermos mentales; la segunda hace su estudio experimentando en el hombre sano.

De otro lado, en la medicina alopática se toma como base para el tratamiento, los resultados obtenidos a través de las pruebas de laboratorio y de las ayudas diagnósticas sugeridas desde el examen físico, mientras en la medicina alternativa se parte de la propia vivencia del paciente y de los signos manifestados antes de, o conjuntamente con, la aparición de los síntomas.

Muchas veces la persona experimenta cambios en su estar lo cual anuncia sobre las alteraciones internas –signos de alarma–, antes de aparecer evidencia de esta situación en los exámenes de laboratorio y en las ayudas diagnósticas. Evidentemente, el organismo (integración de cuerpo, mente, emoción y espíritu), da aviso sobre algo salido de su cauce; y debe atenderse porque, de no hacerlo, se declarará una enfermedad.

Ese aviso aparece cuando cualquiera de los elementos constitutivos del hombre, se altera. El problema radica en no darnos cuenta ni de cuándo aparece, ni de sus manifestaciones.

Para colmo de males, las primeras alteraciones aparecen en los años iniciales de vida –o meses– y a veces, en el período de gestación (antes de nacer). Pero los síntomas representativos de las vivencias internas se asumen como problemas de defensas, problemas hereditarios (aunque a veces ese es realmente el origen) y otros.

En la mayoría de los casos, al bebé se le brinda un ambiente poco saludable. Su entorno próximo está lleno de abusos de todo tipo; de exigencias, de sometimiento y de violaciones; de ira, gritos y peleas; de agresividad, amenazas, intimidaciones y reproches; de dudas, penas y mentiras; de infidelidades, preocupaciones y fobias; de llanto, angustia, depresión, ansiedad y estrés; de cigarrillo, alcohol, drogas y otros vicios, etc. Necesariamente, esto produce cambios en el estar del bebé o del niño.

Para la Medicina Tradicional China –MTCh– estos factores negativos, a edad tan temprana, afectan preferencialmente dos de los Cinco elementos* o Reinos mutantes5 establecidos por ellos para estudiar al hombre: El Metal y el Agua.

A ellos corresponde el instinto y todo el bagaje hereditario (Pulmón: El bebé comienza a respirar automáticamente; y, Riñón: Todo el sistema de conservación de la permanencia de la especie).

También pertenecen a estos dos Reinos mutantes el Intestino grueso y la Vejiga, así como los sentidos del Oído y del Olfato más la Piel. La alteración de estos elementos se manifiesta con molestias de salud: amigdalitis, gripas, bronquitis y asma, en personitas que apenas están estrenando su sistema respiratorio; diarreas, reacciones alérgicas e intolerancia a ciertos alimentos y erupciones cuando apenas están estrenando la piel y el intestino, como si hubieran nacido con estos órganos y vísceras enfermos o malos; otitis, perturbación de la audición y del olfato más las incontinencias de las cuales muchas madres se quejan.

Y automáticamente se ajustan las razones para justificar los síntomas: Al papá o la mamá o a los dos –o a cualquiera en la familia– le pasaba lo mismo; “¡es alergia!”; “tiene las defensas bajas”; “el clima no es bueno”; “no se cuida”; “el médico no ha dado con el chiste”; “los medicamentos no le obran”; “los alimentos le caen mal”.

Nunca se imaginan al papá o a la mamá o a otro miembro de la familia con los mismos síntomas, padeciendo en su niñez de las mismas vivencias –o similares– a las ahora afrontadas por esta personita –verdadera razón para tener los mismos síntomas–. Basados en esa estadística, atribuyen los síntomas a problemas hereditarios; no se considera que los síntomas vividos por sus ancestros también fueron generados por la alteración emocional de su ambiente.

La cadena se repite. La ley del NO se impone: No hable, no grite, no salga, no entre, no coma, no se moje, no suba, no, no, no,… una lista interminable de “no” acompañada de regaños, de rechazos, de castigos, de incomprensiones, de privaciones, etc., lo cual de nuevo significa alteraciones del medio ambiente, por un lado y por otro, respuestas de llanto, resentimiento, tristeza, ira, miedo, incertidumbre. Ese ámbito interno comienza a ser perturbado dando, desde luego, respuestas manifestadas en términos de salud: síntomas y enfermedades.

El proceso continúa a lo largo de todo el tiempo; aparecen responsabilidades (debe realizar labores, generalmente impuestas), y, obligaciones sobre las cuales no alcanza a comprender la razón –el niño debe comportarse como un adulto–; se le imponen los alimentos a consumir (sin importar sus apetencias), se le impone su hacer cotidiano (sin importar sus propias decisiones), etc. Alguien define abrigo como: lo que se le pone al niño cuando la mamá tiene frío. Y ello, de nuevo, genera respuestas manifestadas otra vez en síntomas y enfermedades.

Veamos un caso particular: La entrada al colegio, por ejemplo. Primero se le lleva al lugar elegido por alguno de los padres (o por los dos), sin importar la impresión generada por el lugar en el niño; luego, se le obliga a separarse de su hogar –ambiente y personas– y, a permanecer con otras personas en un lugar extraño para él. La respuesta, por lo general, son síntomas respiratorios (el Pulmón es la piel más grande del organismo y la piel es el punto de contacto con lo externo), si el ambiente no es propicio, la piel reacciona, así como el sistema respiratorio. Y automáticamente se justifica: todos los niños están enfermos y le prendieron la gripa, la sinusitis, etc.

En la adolescencia y en la vida adulta se va a expresar un comportamiento conformado por la suma de las reacciones aprendidas, siguiendo el modelo recibido, dando respuestas tanto en lo físico como en lo mental, emocional y espiritual, pues todo se ajusta de acuerdo con lo recibido.

Y la expresión física de ese desajuste entre el deber –desde el punto de vista del aprendizaje– y lo deseado (desde el punto de vista de las privaciones), van a definir una enfermedad, si permanecen los síntomas.

Desafortunadamente, como se confirmó, se da demasiada importancia a la herencia. Ella puede tener su influencia o incidencia, pero se aislan todos los otros factores. Por ejemplo, si el hijo de una pareja de obesos es gordo, se acepta su estado porque genéticamente viene marcado; se olvida el hecho de haberle enseñado al niño, a ser desordenado en las comidas y a ser descuidado en la dieta. Esta puede ser la causa real de su gordura.

De otra parte, viene el encasillamiento: Mi abuela tuvo cáncer de útero igual como mi mamá; yo seguramente lo tendré y mis nietas –no se sabe si algún día llegarán– también lo van a tener POR HERENCIA; nunca se cuestiona si fueron o no sometidas, física y psicológicamente, a los mismos traumas.

Podríamos seguir enumerando situaciones de alteración de la salud para las cuales siempre se encuentran justificaciones de orden físico, del ambiente, de herencia, etc., sin darnos cuenta dónde realmente se origina la situación, desconociendo el maltrato a todos los constituyentes del ser humano, donde especialmente la parte emocional es la más agredida y es la más susceptible de generar respuestas negativas.

Debe tenerse en cuenta, además, el conflicto posible por la información recibida. En cada hogar se tienen ideas acerca de política, religión, economía, etc., y poco a poco, se va orientando la manera de pensar de los hijos acerca de esos temas. Y en este aspecto, también aparecen oportunidades de imposición, maltrato, etc.

Luego, en el transcurso de la vida, los hijos van a recibir otras informaciones a favor o en contra de las recibidas en casa y esto puede generar conflictos, especialmente si la definición de posiciones ha sido impuesta.

Todo esto también tiene influencia en la salud. Y en lo referente a educación religiosa, ética y moral, los conflictos pueden tener influencia no sólo en la salud física sino también en la salud mental, si las diferencias en la información no se aclaran y se definen oportunamente.

Al hacer una revisión somera de las vivencias experimentadas por alguna persona y relacionarlas con los elementos de la MTCh, podemos encontrar la correspondencia existente entre una alteración emocional especifica y un síntoma físico.

A grosso modo, el miedo, el pánico –el alcoholismo en la familia genera este sentimiento en los hijos– y las responsabilidades mal llevadas –por el manejo emocional equivocado–, van a producir alteraciones en el sistema genitourinario. Las violaciones y los intentos de violación a las niñas, por ejemplo, pueden presentar menarquias tardías, trastornos en la menstruación y problemas de fertilidad. Con el tiempo, esta emoción no resuelta (miedo, pánico), lleva a la alteración de los huesos –artritis, osteoporosis–, a la pérdida del cabello, del oído y muchos trastornos más.

La ira, la cólera y la falta de decisión van a degenerar en migrañas, trastornos visuales, dolores de cabeza, cálculos biliares, mareos, trastornos del metabolismo, etc. La falta de alegría, la pena y la duda, van a propiciar hipotensión e hipertensión, taquicardias, infartos, trastornos circulatorios –várices, hemorragias–, accidentes cerebrovasculares, infecciones, etc.

La preocupación y la obsesión pueden llegar a generar diabetes, obesidad, trastornos digestivos, úlceras, gastritis, alteración del tiroides, etc.

El estrés, la depresión, la ansiedad y la angustia, pueden ser la causa de estreñimiento, trastornos respiratorios, bronquitis, asma, sinusitis, trastornos de la piel, amigdalitis, etc.

Desde luego, los procesos en el organismo van evolucionando; y de una afección generada por una alteración emocional específica, se puede pasar a otra. Por ejemplo, la falta de decisión puede degenerar en preocupaciones y producir, a más de dolor de cabeza, trastornos digestivos.

Todo está en poder encontrar cuáles son los elementos psicológicos –mentales, emocionales y espirituales– y la secuencia como se han venido presentando a lo largo de la vida, para descubrir la desarmonía generada desde la niñez, con incidencia en la adolescencia y reflejada hoy en la edad adulta, lo que constituye la fuente del estado de salud o de enfermedad actual.

Y es necesario hacerlo porque el ORIGEN de los padecimientos de hoy, está justamente en las primeras etapas de la vida y los problemas de salud no se resolverán definitivamente si no se sana el origen. Por eso, muchas veces los tratamientos deben hacerse de por vida o en muchos casos los medicamentos no obran –el organismo no responde– a pesar de la perfección del diagnóstico y de la extraordinaria acción de los medicamentos.

Con frecuencia, se encuentra en el paciente ciclos de mejoría y agravación por centrar el tratamiento sólo a la parte física. Pero también es culpable el propio paciente quien no acepta su condición de salud como proveniente de su interior; y ante la insinuación de tratamiento por el psicólogo o el psiquiatra u otro profesional afín, la consabida respuesta es: ¡Yo no estoy loco!

Además, el paciente está dispuesto a colaborar y a someterse a todo lo ordenado si es de origen externo: dietas, inyecciones, pastillas, jarabes, cirugías, masajes, etc., Pero, casi nunca está dispuesto a cambiar, ni siquiera a revisar, su forma de vivir.

Difícilmente se acepta la necesidad de descansar; la relajación y la meditación las ven como algo místico –válido solamente para los monjes tibetanos– y el ayuno, creen que es para locos.

No olvidemos: Todo nos cuesta y desde luego, la búsqueda de la sanación implica estar dispuesto a aceptar el sacrificio el cual bien vale la pena asumir si queremos recuperar LA ALEGRÍA DE VIVIR.

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