¿De quién es la culpa?

¿De quién es la culpa?
¿De quién es la Culpa?
Autor: Efrain Lesmes Castro

3. El manejo

El pensamiento.

Ante todo, somos seres pensantes. El diccionario académico nos define Pensamiento como facultad de pensar y, Pensar como formar y ordenar en la conciencia ideas y conceptos; meditar, reflexionar; hacer proyectos para poner en práctica algo; Razón la define como inteligencia, mente, facultad de pensar; argumento tendiente a justificar o a probar una cosa.

El Maestro J. L. Padilla nos dice acerca de la razón:

“Es una adquisición muy reciente de la humanidad y lo único que ha hecho –la razón– de momento, en muchas culturas, es entorpecer el descubrimiento universal de las cosas, el descubrimiento de la esencia de las cosas”.13

Sobre este tema, hemos podido constatar la fuerza desarrollada por las ideas, pues todo lo mantenido en el pensamiento se plasmará en nuestra vida diaria, para bien o para mal.

Basta ver las exhibiciones realizadas sobre poder mental. Cuando se hipnotiza a una persona, la orden dada le lleva a reaccionar consecuentemente. Y en nuestra vida diaria, somos la representación de nuestros pensamientos.

Trasladando esto a nuestra salud, tema central de estas notas, nuestro organismo reacciona de acuerdo a como pensamos. Veámoslo en un ejemplo: Si en la mente mantenemos ideas innecesarias, el intestino grueso, encargado de eliminar el residuo –lo innecesario para el organismo–, terminará por no hacerlo, siguiendo el ejemplo de nuestra mente –conservar los pensamientos no necesarios– y terminamos con estreñimiento.

Por lo tanto, una tarea imperiosa por hacer es eliminar de nuestra mente todo pensamiento perturbador para nosotros, propio o de terceros. Los identificamos por su forma de ir contra nuestro bien–estar.

Permanentemente nos maltratamos a través de nuestras ideas sobre nosotros mismos o sobre las cosas; es como si hubiésemos perdido la autoestima o como si el propósito fuera hacernos daño. De hecho, una forma de cambiar nuestra salud es comenzando a tener ideas a favor nuestro. Hoy día está de moda la famosa actitud positiva, la cual precisamente consiste en tener pensamientos favorables sobre nosotros mismos o sobre nuestros proyectos.

La observación.

La observación consciente es un paso indispensable en el proceso. Para ello debemos comenzar por agudizar los cinco sentidos externos y despertar nuestros veintidós sentidos internos.

Se habla de seis sentidos, incluyendo el sentido común. Beethoven, ya sordo –falla del sentido auditivo externo–, escribió su Novena Sinfonía gracias a su oído musical –sentido auditivo interno–. Se habla también de: sentido crítico, del equilibrio, del honor, del humor, de la justicia, de las proporciones, de la legalidad, de orientación, de responsabilidad, de pertenencia, del sentido poético, de lo moral, etc.

Se debe iniciar con la auto–observación, revisando cómo respiramos, cómo nos alimentamos, cómo nos ejercitamos, cómo descansamos y cómo manejamos nuestra actividad mental –o como nos maneja la mente–. El solo hecho de observarnos nos puede revelar dónde precisamos hacer cambios. En nuestra estructura está toda la información y ella no se equivoca; así la hayamos perturbado, la información auténtica está en nuestra Chispa Divina la cual poseemos desde la creación y la mantendremos hasta la culminación del retorno.

A través de la auto–observación podemos cuestionar nuestras actitudes fuera de contexto, pero sin dar respuestas, porque si lo hacemos, automáticamente aparecen muchas razones para justificarlas. No estamos sugiriendo abstenerse de la opción de reaccionar; no, reaccione pero hágase la pregunta: ¿Por qué reacciono así?, ¿Cuál es la razón para contestar de esa forma?… Para cada situación debe hacerse el cuestionamiento apropiado. Pero no dé respuestas, insistimos.

Y seguidamente se debe averiguar: ¿Cuál es la enseñanza de mi reacción particular cuando estoy en una situación similar? Alguna vez aparecerá y se conocerá la verdadera causa de las reacciones y entonces se tendrá la oportunidad de corregirla. Recordemos: La mayoría de nuestras reacciones son aprendidas y podemos cambiar la información original. Y si tantas y tantas personas lo han logrado, también tú lo puedes hacer.

El mundo lo hemos conocido a través de los sentidos con la guía del placer y del dolor. Ello nos permitió ir seleccionando las cosas generadoras de placer, apegándonos a ellas, y nos hizo rechazar lo demás.

En la auto–observación debemos detectar aquellas incomodidades o insatisfacciones a las cuales nos acostumbramos desde hace mucho tiempo. Es muy sutil, pero el daño producido es muy grande. Es lo generado en aras de mantener las relaciones en el mejor nivel; vamos aceptando algo no deseado.

Es tan sencillo como desear ver una película, ir a la sala de cine donde la proyectan y al llegar, darnos cuenta de que ya no está en cartelera. Para no perder el viaje y por no tener tiempo de ir a otra sala de cine, se opta por ver la película programada en esa sala. Pero, dentro, si no se tiene la habilidad de hacer los ajustes necesarios, va a quedar la espinita por no tener lo deseado. Igual ocurre cuando vamos a un restaurante y debemos aceptar el menú ofrecido, a cambio de lo realmente apetecido.

Y estas cosas pequeñas van produciendo un efecto negativo y a la larga van a afectar la alegría y, consecuentemente, presentar problemas de salud. Y la forma de no guardar esa incomodidad es reconociendo la bondad de lo recibido a cambio; la vida continúa aún si no se satisface el deseo o capricho. Igualmente, debemos estar alerta para encontrar otras oportunidades que nos den gusto; todo lo demás ofrecido por la vida, a cambio de nuestro deseo insatisfecho, posiblemente es mucho más importante y seguramente puede darnos muchas más satisfacciones.

Es bueno, a la vez, comenzar a observar a los demás, no con sentido crítico sino con la intención de descubrir en ellos nuestra propia imagen. Se dice: rechazamos en los demás, nuestro peor defecto. La Biblia lo reafirma: “no mirar la paja en el ojo ajeno…”

Cuando observamos a los demás, vamos a encontrar afectados los mismos reinos mutantes definidos en la MTCh, ante determinadas formas de SER. Pero, no necesariamente deben presentarse los mismos síntomas, los mismos trastornos o las mismas enfermedades.

Si el Reino mutante afectado es el Agua, por ejemplo, algunas personas pueden tener problemas de audición; otras, de huesos; otras, del sistema nervioso central; otras, caída del cabello; otras, trastornos de la fertilidad; otras, problemas por miedo; otras, problemas por la forma como asumen sus responsabilidades; algunas pueden presentar varios síntomas a la vez, etc. Lo común en ellas es el Reino mutante del Agua alterado, aunque los síntomas sean distintos.

Sin embargo, el origen de la afección del Reino mutante del Agua puede estar en la misma agua o en el Reino mutante de la Madera o del Fuego o de la Tierra o del Metal; por lo tanto, el tratamiento debe ser diferencial y asumir para cada uno lo suyo.

Debemos, por esta razón, tener cuidado con la costumbre generalizada de esperar curarnos del mismo síntoma o de la misma enfermedad superada por otra persona, usando el mismo medicamento o el mismo tratamiento usado por esa persona. Puede ser; pero generalmente eso no es cierto. Y hacemos distinción entre aliviar un síntoma y resolver una enfermedad, cosas muy distintas.

La palabra.

Debemos ser conscientes de cada palabra pronunciada. Es curioso observar: Cuando se le pide a una persona repetir lo que acaba se decir, generalmente lo hace con otras palabras –y a veces con otro sentido–; si se le insiste en repetir las mismas palabras, difícilmente logra hacerlo.

De otra parte, en muchas ocasiones usamos palabras no conocidas. Cada palabra representa una idea concreta la cual deberíamos conocer para poder emplearla correctamente. En la interpretación de las cosas, especialmente de salud, empleamos, para describir nuestra dolencia, la palabra de nuestro gusto o nuestro parecer o aquella supuesta ajustada a lo padecido. Esto puede llegar a convencernos de tener tal o cual enfermedad y finalmente adquirirla y llegar a padecerla.

Cuando se esté ante un terapeuta, debemos expresar lo sentido, con palabras propias. La interpretación del terapeuta (la traducción a su idioma técnico o científico), debe corresponder realmente a nuestro padecer. No es fácil por el desconocimiento de la terminología, pero se puede acceder a su solución. A veces la confusión generada cuando hay dos o más diagnósticos distintos para la misma dolencia del paciente, es más perjudicial, pues la incertidumbre y la angustia posibles de alcanzar, pueden empeorar las cosas o generar situaciones más críticas.

Volviendo a la idea de darnos cuenta de nuestras palabras; veamos: si a una persona se le pregunta la hora, por ejemplo, mira el reloj y responde; pero, si se le vuelve a preguntar de inmediato, la mayoría de las veces debe mirar de nuevo el reloj para volver a contestar. Igual, si esta persona quiere tomar conciencia de la hora, debe nuevamente observar el reloj. No se dio cuenta de lo visto ni de lo dicho.

Si nos fijamos en lo dicho por las personas, la mayoría de las veces la verdad está velada. No somos capaces, por ejemplo, de hacer una pregunta directa. Veamos: si a alguien le interesa enviar algo a otro país o traer algo de allá y se entera de los viajes frecuentes de un conocido suyo a ese país, al encontrarlo le pregunta: ¿Y cuándo vuelve a viajar? ¿Y, cuándo está de regreso?, no dice: necesito esto o aquello; dígame si lo puede y lo quiere hacer; y si puede y quiere hacerlo, hágame saber cuándo viaja.

Escuchar.

Pero la puerta de entrada para tomar conciencia sobre nuestras palabras es comenzar por escucharnos cuando hablamos. Si lo hacemos, poco a poco, dejaremos de hablar más de la cuenta, más de lo necesario y de paso, comenzaremos a escuchar más allá de la información suministrada por los otros; es decir, escuchamos unas palabras y captamos o entendemos lo oculto detrás de esa información. Para el ejemplo, si le preguntan: ¿Y cuándo vuelve a viajar?, la respuesta a la pregunta de fondo sería: ¿se te ofrece algo de allá o para allá?

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