De Cicerón

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Publicado en Correspondecia Recibida

Las violencias repetidas

Cicerón Flórez Moya
ciflorez@opinion.com.co

La muerte de los once soldados de las Fuerzas Militares de Colombia la semana pasada en el Cauca por acción ofensiva de las Farc es un hecho criminal que provoca indignación. Es la pérdida de vidas humanas bajo la escalada de fuego de una guerra despiadada cada vez más absurda, como lo reconocen los propios protagonistas de esa confrontación.

Pero esa recurrencia de violencia debe llevar al convencimiento de la necesidad de ponerle punto final cuanto antes al conflicto armado. Erradicar ese infierno de barbarie sigue siendo prioridad nacional. De lo contrario el país estará condenado a la recurrencia del exterminio mediante la combinación de todas las formas de ultraje de unos contra otros en un círculo vicioso de odio y revanchismo sin fin.

En ese remolino de pasiones se degrada la convivencia, se descuartizan los derechos humanos, se desploma la gobernabilidad y se incrementa la población de víctimas con todas las secuelas de frustración y de desgracias consiguientes.

Por eso hay que persistir en la causa de la paz. Hay que desterrar los demonios de la lucha armada para que nunca más vuelva el exterminio como fueron esas avalanchas de muerte generadas por el sectarismo partidista entre los años 40 y 50 del siglo XX. Para que nunca más se repita el aniquilamiento a sangre y fuego aplicado a la Unión Patriótica. Nunca más los magnicidios en serie ejecutados por paramilitares y narcotraficantes. Nunca más los genocidios o los falsos positivos llevados a cabo por miembros de la Fuerza Pública del Estado.

El destino de violencias padecido por los colombianos a lo largo de su historia no debe aceptarse como un determinismo inexorable. No lo es y sin duda puede revertirse y hay que hacerlo en función del respeto a la vida y como construcción de la sociedad democrática, cuyo soporte debe ser la igualdad y el reconocimiento de las libertades, en oposición a la opresión que se nutre de las violencias.

Sthefan Zweig dijo tras los horrores de la conflagración europea del siglo pasado que “ninguna guerra es santa, ninguna muerte es santa, solo es santa la vida”. Y la vida tiene que sustraerse de las miserias y las desolaciones propias de las carnicerías de la guerra.

Tanto el Gobierno como las Farc, incluso el Eln, tienen que asumir sin esguinces el compromiso de un acuerdo de paz, no solamente como dejación de las armas, sino también para sacar a la nación de cuanto la hace vulnerable a todos los males colectivos.

No se puede seguir en esa carrera de emboscadas, bombardeos, secuestros y acechos vengativos. El reto es “enseñarle a este pueblo la costumbre de la paz”.

Puntada

Estaba en mora la sentencia de la Corte Suprema de Justicia sobre la participación de los exministros de Uribe en el soborno para su reelección. No podía ser solamente Yidis Medina la mala del paseo. En el cohecho siempre hay más de un actor. Y allí están ya condenados.

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