Nuestra Vida en el Sueño

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Lo que llamamos sueños son verdaderas y positivas realidades. Nuestro espíritu se sale de nuestro cuerpo durante la noche, y anda y ve personas y lugares, en algunos o muchos de los cuales no ha estado jamás nuestro cuerpo; pero, al despertar, nuestra memoria retiene muy poca parte de lo que hemos visto, y aún esta parte pequeña la recordamos confusamente.

La causa de ésto es que nuestra memoria del cuerpo retiene tan sólo un poco de lo mucho que la memoria de nuestro espíritu puede encerrar o contener.

Tenemos, pues, dos memorias: una educada y adaptada a la vida del cuerpo, y dispuesta la otra para la vida del espíritu. Si se nos hubiere enseñado la vida y el poder del espíritu desde nuestra primera infancia, reconociéndolo como una realidad, la memoria de nuestro espíritu hubiera sido educada de modo que recordase todos los accidentes de nuestra propia existencia, anterior al despertar de nuestro cuerpo. Pero, como se nos ha enseñado siempre a mirar el plano espiritual como un mito, hemos considerado también un mito su memoria.

Si a un hombre se le hubiese enseñado desde la infancia a no creer en la realidad de alguno de sus sentidos, ese sentido hubiera acabado por adormecerse en él y casi destruirse.

Si durante un número determinado de años  impidiésemos a un niño tener con los demás alguna clase de relaciones y al mismo tiempo hiciésemos de modo que no viese tal como es en realidad el cielo, o la casa, o los campos, o cualquier otra cosa con la cual está el hombre en continuo contacto, y no permitiésemos que nadie lo sacase de su error, es seguro que el sentido de la visión y el del juicio estarían en ese niño tan seriamente afectados que llegaría a negar lo evidente.

De un modo semejante se nos ha enseñado a negar y desconocer los sentidos y las potencias propias de nuestro espíritu o, por mejor decir, nuestro real y más positivo poder, del cual los sentidos corporales no son más que una débil imagen o representación, y así hemos llegado a negar persistentemente todo esto.

En definitiva, no se nos ha enseñado sino que no somos más que un simple cuerpo, lo cual viene a ser lo mismo que decir que el carpintero no es más que el martillo que emplea para su trabajo, pues el cuerpo en realidad no es otra cosa que el instrumento del espíritu.
 

Comentarios (1)

Esto es lo que necesitaba mi alma.

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