Para…

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Publicado en Habilidades

Para pensar

Cuentan de un campesino que se encontró en el campo un huevo muy grande. Nunca había visto nada igual. Decidió llevarlo a su casa. “¿Será de un avestruz?”, preguntó su mujer. “No, no es demasiado abultado”, dijo el abuelo. “¿Y si lo rompemos?”, propuso el ahijado. “Es una lástima, perderíamos una hermosa curiosidad” respondió la abuela. “Miren, ante la duda, se lo voy a colocar a la pava que está calentando los huevos, tal vez con el tiempo, nazca algo”, afirmó el campesino. Y así lo hizo.

Cuenta la historia que después de varios días nació un ave oscura, grande, nerviosa, que con mucha avidez comió todo el alimento que encontró. Luego, miró a la madre con vivacidad y le dijo entusiasta: “Bueno, ¡ahora vamos a volar!”

La pava se sorprendió muchísimo de la proposición de su flamante crío y le explicó: “Mira, los pavos no vuelan. A ti te hace mal comer tanto y de prisa”. Entonces, todos los pavos trataron de de que el pavito comiera más despacio y en la medida justa. Pero el pavito cada vez que terminaba su almuerzo o su cena, les decía a sus hermanos: “¡Vamos, muchachos, vamos a volar!” Todos los pavitos le explicaban nuevamente: “Nuestros padres nos han dicho que los pavos no vuelan. Te hace daño tu alimento”. Así fue que el pavito mejor fue hablando más de comer y menos de volar. Así creció y murió en la pavada general.

Pero esa ave no era pavo sino un cóndor. Había nacido para volar hasta los 7.000 metros de altura. Pero nunca se decidió a hacerlo, pues no veía volar a ninguno los pavos, y éstos intentaron siempre de disuadirlo. Tenía toda la capacidad para hacerlo, unas alas grandes y fuertes, pero nunca las utilizó.

Al hombre le puede pasar algo semejante que al cóndor: está llamado a algo muy grande, la santidad, la unión con Dios, pero muchas veces se deja llevar por un ambiente cómodo en donde no hay esfuerzo. Y si intenta hacerlo es acallado por los demás diciendo no es posible para él la santidad. Cuando lucha por ser mejor, nunca falta alguien que le desaconseje, diciéndole que no vale la pena hacer un esfuerzo, que él solo no va a cambiar las cosas.

Para vivir

Se dice que muchas puertas están cerradas porque nadie las abre. El potencial de cada persona es inmenso, cada ser humano está llamado a cosas grandes, a buscar su propia santidad y ayudarle a los demás a conseguirla también. La gracia de Dios no falta.

San Josemaría nos aconseja: “No tengas espíritu pueblerino. Agranda tu corazón, hasta que sea universal, “católico”. No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas” (Camino 7).

Pbro. José Martínez Colín

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