Parte de un discurso de Juan Pablo II

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Dondequiera que el fuerte explote al débil, dondequiera que el rico se aproveche del pobre, dondequiera que las grandes potencias traten de dominar y de imponer ideología, el trabajo de crear la paz está desecho; ahí la catedral de la paz está derruida nuevamente.

Hoy día, la escala y el pavor del armamento moderno — sea nuclear o no— lo hacen inaceptable como medio para disminuir las diferencias entre las naciones.

La guerra debe pertenecer al pasado trágico, a la historia; no debe haber lugar para la guerra en la agenda del futuro que guarda la humanidad.
 

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