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Publicado en Correspondecia Recibida

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Carta a los colombianos
J. Fernando García Molina

http://www.opinionpi.com/detalle_articulo.php?id=336

Fecha de Publicación: 04/06/2014
Tema: Historia
El balotaje para la elección presidencial del próximo 15 de junio en Colombia, lleva implícita una votación a favor o en contra de firmar acuerdos de paz entre el gobierno colombiano (que representa a la nación) y la guerrilla. En Guatemala tuvimos una experiencia semejante con los acuerdos de paz, firmados en 1996.
El inicio de un movimiento guerrillero casi siempre es incierto. El de Guatemala podría haber sido a fines de 1960 pero sus integrantes solo se denominaron “alzados en armas” hasta principios de 1962. Entiendo que la guerrilla colombiana es un poco anterior. Y sé, con mucha pena, que mantiene alguna vigencia.
Los hijos de Colombia, como nosotros antes, han sufrido acciones de terrorismo destinadas precisamente a eso, a causar un terror paralizante, a impedir el crecimiento y el desarrollo. Como nosotros, han padecido el secuestro de personas, asalto a viviendas urbanas, quema de maquinaria agrícola, destrucción de puentes y carreteras, atentados contra estaciones de policía, etcétera. El reclutamiento de menores indigna las fibras más profundas del ser humano. Las bombas cazabobos colocadas en vehículos abandonados, o en una mochila sobre una banca, en una prenda, un animal doméstico llamativo, un cadáver o cualquier objeto al que adhieren un mecanismo con explosivos… son formas inhumanas de terror.
A quienes por razones de edad nos tocó vivir esa época en Guatemala y lo repudiamos, comprendemos razonablemente bien lo que en Colombia una mayoría ha estado viviendo. Podemos percibir el dolor en una familia, cuando uno de sus hijos decide unirse a la guerrilla y se aleja del hogar quizá para siempre. La espera, las noticias sobre su posible muerte, el tiempo sin verle y sin saber de él o ella… Espantoso ¿verdad?
En Colombia, al azote de la guerrilla se unió el del narcotráfico, más urbano y tanto o más violento y sanguinario que el primero. Quizá por eso, ustedes ahora, como nosotros antes, son una población que ansía la paz y que se muestra dispuesta a todo con tal de alcanzarla.
Sin ánimo de ofender, aunque ofensivo es, quiero comentar que a fines de los años ochenta, cuando el narcotráfico se empezó a convertir en una amenaza seria para todos, aquí se hablaba de la“colombianización de Guatemala”, como lo peor que nos podía suceder… y nos sucedió. Pero no tanto por el narcotráfico cuanto por los Acuerdos de Paz y lo que a partir de ese acontecimiento sucedió después.
En enero de 1996 asumió la presidencia de Guatemala Álvaro Arzú, quien consideraba que firmar la paz le daría un sitio privilegiado en la historia. Puso a cargo del proceso, a un reconocido exguerrillero quien concluyó exitosamente la misión asignada. Antes de un año, se firmaban los Acuerdos de una Paz Firme y Duradera. Estos se basaban en un documento preparado por la ONU, con el cual esa organización buscaba “arreglar” el país. Se firmó la paz, terminó la guerra… pero nunca hubo paz. El experimento de la ONU había fracasado, y es sobre ese mismo documento que se podría estar basando la búsqueda de paz en Colombia.
Igual que ahora en Colombia, entonces en Guatemala, nadie quería que siguieran los enfrentamientos, las muertes, los asaltos, el secuestro de personas, el bandolerismo. Muy pocas voces se alzaron en contra de tales acuerdos de paz. Argumentaban los inconformes que el Estado de Guatemala no debía negociar con delincuentes. Que su obligación constitucional era someterlos al orden e imponer la ley en todo el territorio nacional. Que tales acuerdos serían espurios ¡Ojalá los hubiéramos escuchado! Una serie de razonamientos jurídicos convergía en que la paz debía alcanzada dentro del Estado de Derecho y no mediante una negociación indigna. Había que conseguir la rendición de los subversivos, hacerlos entregar las armas y someterlos a los tribunales.
La ONU y varios países amigos de la guerrilla presionaron fuerte para acelerar el viciado proceso negociador. Pero por encima de todo privó el ansia de paz, imponiéndose sobre el procedimiento ética y jurídicamente correcto. Así, a troche y moche y con amplio apoyo popular, se firmaron los documentos. Nos equivocamos. Como nación cometimos el grave error no solo de permitir sino también apoyar aquella salida política a una situación que debió dirimirse dentro del marco de la justicia y la legalidad.
¿En qué momento los criminales se volvieron héroes y convirtieron a los miembros del ejército, que los había derrotado, en villanos y asesinos? ¿Cómo es que ahora los exguerrilleros buscan someter a juicio a esos militares? ¿Cómo fue que menos de dos mil guerrilleros derrotados, solo tres años después terminaron manejando el país y copando sus instituciones?
Porque después hubo, dos presidentes, un Vicepresidente muchos ministros de estado, gran número de congresistas, múltiples asesores de gobierno, cancilleres, representantes ante organismos internacionales, embajadores y otros muchos funcionarios del más alto nivel, que eran afines a la guerrilla ¿Qué sucedió? La respuesta debe ser compleja. Aquí sólo quiero referir algunos elementos de ella.
En primer lugar, no eran tres mil sino más. La noche cuando llegaron los “comandantes” previo a la firma de los acuerdos, hubo una recepción multitudinaria en el aeropuerto. Las salas de prensa de los periódicos se quedaron vacías, periodistas con pañuelos rojos al cuello, muchos oficinistas y obreros acudieron a bien venirlos; la universidad nacional estuvo de fiesta.
Fue fácil comprender que mientras unos combatían en las montañas, en la ciudad otros permanecían ocultos. Trabajaban en oficinas privadas y estatales, así como en las mismas empresas que resistían el asedio de los violentos, ellos eran los otros subversivos, los que no emplearon armas. No quiero dejar la impresión de que numéricamente fueran demasiados, en las elecciones generales de 2003, en las cuales los guerrilleros participaron con una URNG convertida en partido político y llevando como candidato al principal líder guerrillero, solo consiguieron 2.36% del total de votos.
En segundo término están los que aquí se hacen llamar “países amigos” quienes de manera encubierta habían dado apoyo, principalmente financiero y con armamento a la guerrilla. Ellos, junto a las Naciones Unidas y sus diferentes órganos, redactaron el documento que sin mayores negociaciones fue suscrito con mucha satisfacción por la parte subversiva y el comisionado presidencial. La ventaja obtenida por los guerrilleros fue el triunfo de los “países amigos”.
Por último, está la izquierda internacional que, aunque por lo general permanece entre las sombras, cuando uno percibe sus pasos, advierte que se trata de un “animal grande”. Tiene contactos y posiciones en todos los estamentos de casi los estados. Sus ideólogos y pensadores, a diferencia de sus opuestos en la derecha, actúan con disciplina y una obediencia casi militar.
Hace menos de una década, fue tan reconfortante saber que Colombia había superado la situación de ignominia, crimen, violencia y terror donde habían permanecido durante muchos años. La guerrilla había sido reducida a una fracción de lo que fue. Según una Wikipedia, ahora quedan menos de ocho mil combatientes, la mayoría menores de edad. Supongo que, como antes aquí, ese número podría estar inflado.
Han pasado más de 17 años desde entonces y el clima de seguridad en Guatemala es peor que el que vivimos antes de la “paz”. Ahora ya clasificamos como “Estado Fallido”. Muy pronto podríamos merecer la clasificación de “País Paria”. Cierro esta carta formulando un deseo: Que jamás llegue el día que los haga a ustedes hablar de la guatemalización de Colombia. Que sepan aprender del ejemplo nuestro y no cometer nuestros errores.

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