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Sólo aquellos países y comunidades que han tenido hombres y mujeres con sana ambición han progresado.
La ambición es buena porque nos impulsa a poner todo de nuestra parte para mejorar, para salir adelante. Cuando alguien es ambicioso en el buen sentido de la palabra, pone de su parte para cumplir con las metas trazadas y con esfuerzo y dedicación generalmente consigue llegar a disfrutar de los logros obtenidos con fé y legalidad.
Es posible que alguien quiera llegar por el atajo con prácticas fraudulentas. Pero la ignorancia de las leyes espirituales no exime de las consecuencias. El poder disfrutar se niega por Ley de Causa y Efecto cuando sólo la avaricia se convierte en su motor de acción. Generalmente muy tarde lo llegan a comprender.
La avaricia lo mismo que la envidia, son entes que por más que tragan siempre tendrán hambre. Esos dos monstruos siempre están dispuestos a hacer que los poseídos por ella estén dispuestos a todo con tal de no ceder nada a favor de los otros. En realidad quien está poseído por la avaricia y la envidia son las reales víctimas pero no lo saben.
No hay victoria sin esfuerzo ni hay éxito duradero sin merecimiento espiritual. La ambición bien concebida y dirigida siempre nos atraerá hacia aquellas oportunidades de las cuales una vez aprovechadas siempre nos sentiremos orgullosos de haberlas mercedo y aprovechado.
Para que la suerte sea un hecho el sistema de creencias hábitos errado debe comenzar a cambiarse.
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