¿De quién es la culpa?
¿De quién es la Culpa?
Autor: Efrain Lesmes Castro
Nota Preliminar
Permanentemente estamos escuchando conceptos en pro y en contra de todos los métodos de tratamiento de enfermedades y de tratamiento de alteraciones de la salud. Hay quienes califican un método como eficiente, otros opinan lo contrario; hay quienes los ven complementarios entre sí y, por lo tanto, de aplicación simultánea; otros no.
Hay otro concepto donde no hay acuerdo. Unos defienden el ejercicio de la medicina, sea cual sea la técnica, solamente por quienes ostentan el título de médico académico (occidental); otros piensan lo contrario basados en las grandes diferencias existentes entre los sistemas de medicina, por la forma particular de considerar al hombre y a la enfermedad.
Por ahora tenemos dos temas: los sistemas de medicina y quienes los practican; no obstante, el tema central es el paciente, aquella persona quien padece el malestar y reclama atención; y debe recibir lo conveniente y necesario para ella.
La condición del paciente debe ser la guía para el ejercicio de la medicina. Pero, cada sistema tiene una forma particular (disímiles entre sí) de asumir su papel; y partiendo de una base definida y de acuerdo con sus parámetros, alcanzan un diagnóstico e instauran un tratamiento. De esta forma, los diagnósticos y los tratamientos de los diferentes sistemas, difícilmente pueden coincidir. Sin embargo, el paciente es uno solo, su padecimiento es uno solo y su forma de enfermar y de reaccionar es una sola. Debería ser, igualmente, uno solo el camino de retorno a la salud.
El diccionario académico define Enfermedad, como alteración más o menos grave de la salud; en un plano más técnico, el conjunto de alteraciones morfológico–estructurales, producidas en un organismo por una causa morbígena externa o interna, contra la cual el organismo ofendido es capaz de oponer, por lo menos, un mínimo de defensa o reacción; Enfermo como quien tiene o padece una enfermedad; Medicina como conjunto de actividades técnicas o científicas que tienen como finalidad el conocimiento, prevención, curación o alivio de las enfermedades. Como podemos ver, el plano donde se manejan estos conceptos es el físico.
En occidente, el padre de la Medicina (Hipócrates), estableció dos formas de tratar las enfermedades: Por los contrarios y por los semejantes, es decir, con sustancias capaces de producir una reacción opuesta a la manifestación del organismo –contraria– o una reacción en el mismo sentido del organismo –semejante–. Pero en la medicina alopática se tomó como principio válido y excluyente el de los contrarios y, por lo tanto, el referencial es el estudio de laboratorio sugerido del examen físico, para identificar la causa –física– de la enfermedad y poder combatirla.
Su arsenal es un conjunto de fármacos supresores, en aumento día a día, con los cuales se trata de eliminar el dolor y los agentes patógenos (virus, gérmenes, bacterias); se busca lograr el nivel adecuado de los componentes séricos excedidos; igualmente, se busca mantener dentro de rangos predefinidos, tildados como normales, a todos los parámetros encontrados fuera de los límites promedios. También, se eliminarán todos los tejidos deteriorados, incapaces de cumplir sus funciones adecuadamente, los cuales pueden ser fuente de perturbación para el mismo organismo.
Por otro lado, desde Freud, la medicina alopática encontró otro factor interviniendo en el mal–estar de la persona y desarrolló una teoría para su manejo. Pero no hay convergencia de las dos ramas en el mismo paciente; son excluyentes: O se trata la enfermedad física con fármacos o se trata la enfermedad mental por la Psicología y ramas afines; pero, en la mayoría de los casos, no se hace de forma simultánea.
En occidente, Hannemann, encontró y dio validez al segundo principio, lo similar, donde, experimentando en personas sanas, notó relación entre las alteraciones psíquicas y las alteraciones orgánicas y las integró. Y a pesar de desarrollar un método científico de experimentación y una base teórica sustentable, a la Homeopatía se le conoce como método terapéutico.
En oriente, la Medicina Tradicional China –MTCh– maneja otro concepto teniendo como referencia la condición energética del paciente, contemplando, entre otras, las energías hereditarias (relacionadas con la energía original o universal), la energía ancestral o cromosomática (transmitida de padres a hijos) y la energía esencial (la cual se corresponde con al quantum de energía disponible para la vida), la energía psíquica (expresión del espíritu de la persona), la energía visceral (emoción proveniente de los órganos) y la energía mental (relacionada con la voluntad del sujeto).
La Medicina Tradicional China –MTCh– contempla la influencia del medio ambiente en el hombre –energía celeste, nutricia y adaptativa– y lo sitúa en un plano universal, donde él es un microcosmos y debe estar en armonía con el macrocosmos. Además, analiza la interrelación entre todos los órganos y las vísceras y la forma como reaccionan ante las alteraciones energéticas, incluyendo, en ellas, todo agente patógeno externo.
La medicina Ayurvédica –Hindú– tiene unos principios similares a los de la MTCh, aunque las técnicas de manejo son diferentes.
En occidente, a través de la observación, de la intuición y de la experimentación empírica y/o científica, se ha llegado al uso de todo tipo de elementos (aromas, imanes, metales, cristales), técnicas (láser, radiónica, terapia neural), y equipos (colonterapia, dermatrón, cámara de oxígeno), para recuperar la salud del paciente. Tratan un solo aspecto y son útiles y prácticos; pero, como las otras técnicas occidentales, no tratan en forma global al hombre, en sus componentes espiritual, emocional, físico, mental, y su relación con el macrocosmo.
Si nos detenemos un momento a revisar el proceso de enfermar del hombre, lo primero observado es una alteración del estar de la persona, lo cual está relacionado con su aspecto emocional y mental. Puede ser muy sutil y además no considerarse como algo perturbador. Pero, basta mirarle la cara o captar el pulso de una persona que recibe un impacto emocional, de cualquier orden, o preguntar a una mujer en estado de embarazo si la criatura en gestación tiene o no una respuesta ante los impactos físicos o emocionales por ella recibidos.
El efecto se manifiesta tanto en lo externo como en lo interno: Hay un cambio en el ritmo cardíaco y respiratorio y la persona muestra una perturbación en el manejo de su emoción. Si esta condición es leve y permanece en el tiempo, el organismo comienza a manifestar una respuesta en forma de síntomas, denotando la alteración de la circulación de la energía, y no la alteración de los órganos en sí. En este momento hay malestar del paciente aunque los exámenes de laboratorio no acusen daño orgánico.
Pueden presentarse también alteraciones ante una dieta inadecuada, donde inicialmente no aparecen síntomas definidos ni se muestran cambios en los exámenes de laboratorio; posteriormente llegarán a traducirse en una enfermedad si no se corrigen oportunamente los errores dietéticos.
Indudablemente, las alteraciones del organismo van paralelas a las alteraciones en el plano mental y emocional y solamente se recupera el equilibrio cuando los dos elementos vuelvan a su condición inicial. El resolver solamente la manifestación de las alteraciones en el plano físico no es solución definitiva.
Un problema relacionado con la misma atención requerida es la posición del paciente, quien acude al médico o terapeuta solamente cuando su condición de salud le impide atender sus obligaciones diarias o las molestias ya no las puede soportar. Y destina el tiempo escasamente necesario para resolver lo físico; su estado interior no lo considera problema y siempre cree y tiene la sensación de estar bien.
Atenderle en su solicitud, está bien. Para resolver una molestia determinada no se rechaza ningún procedimiento médico, todos son válidos. Todos tienen su aplicación insustituible en el momento adecuado. Así, una úlcera estrangulada o una apendicitis estallada requieren la intervención quirúrgica inmediata. Sin embargo, si se llegó a estos extremos fue porque no se detectaron ni se eliminaron a tiempo los desequilibrios energéticos que generaron estas situaciones; debieron dar señales oportunas de su aparición y seguramente manifestaron su existencia a lo largo del tiempo. Y puede solucionarse lo físico; la úlcera, por ejemplo, puede resolverse de momento, pero ella volverá a aparecer si no se atiende la causa original.
El organismo, durante todo el tiempo, está dando información sobre su desequilibrio y en las primeras etapas, puede recuperarse sin dejar huella. Al dejar avanzar el desorden energético, se va haciendo más difícil volver al estado original y puede quedar una señal permanente –cicatriz, mutilación, etc.– como testigo de la falta de atención oportuna. Si no se logra actuar a tiempo, posiblemente deba acudirse a posiciones drásticas y mantener de por vida una estimulación de forma permanente con medicamentos para poder sobrellevar una condición aceptable o el uso de algún equipo para mantener con vida a un ser incapaz de valerse por sí mismo. (Hacemos diferencia entre la enfermedad como un proceso y un caso fortuito traumático, accidental, que también puede alterar la salud).
Y volviendo a los sistemas médicos, en occidente todo parece estar encaminado a mantener una condición de salud física, lo cual también es válido, pero deja un gran vacío en la calidad de vida de la persona. Depender de un medicamento o de un tratamiento para poder sentirse bien, significa, a nuestro entender, una pobre calidad de vida.
Dice la Medicina Tradicional China –MTCh–:
“Aquella Medicina que previene antes de que el sujeto enferme, es una excelente medicina. Aquella medicina que mejora cuando el sujeto ya tiene los primeros síntomas, es una medicina regular. Y aquella medicina que sana o cura cuando ya el sujeto está enfermo, es una medicina mediocre, vulgar”.¹
Reiteramos: cada sistema o método tiene su validez y puede ser excluyente y absolutamente necesario en un momento determinado, ante un síntoma o una enfermedad; pero, a la hora de considerar la globalidad del hombre, debemos integrar, en una sola línea, todas las opciones útiles y coherentes para brindarle la oportunidad de poder recuperar su armonía, mediante los cambios pertinentes.
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