¿De quién es la culpa?
¿De quién es la Culpa?
Autor: Efrain Lesmes Castro
Los niños, verdaderas antenas
Es muy frecuente encontrar niños enfermos, soportando, por mucho tiempo, tratamientos de toda índole con resultados escasamente aceptables. Pasan todas las pruebas posibles, resultan negativos todos los exámenes de laboratorio y se emplean los mejores medicamentos formulados por los más famosos especialistas del ramo; y la situación, globalmente, empeora, en vez de mejorar o mostrar por lo menos una tendencia a la mejoría.
El no obtener resultados definitivos ocurre porque la afección, en casi todos los casos, no está en la salud física del niño o la niña, sino en la afección del ambiente emocional en el cual permanecen. Y ese ambiente, es de responsabilidad exclusiva tanto de los padres como de los adultos relacionados con los niños.
En una ocasión trajeron a un niño por algún trastorno de salud, relacionado con el sistema respiratorio. Su mejoría le dio confianza a la mamá para traer al hijito menor quien desde hacía tres meses recibía tratamiento y terapia alopática sin haber obtenido solución definitiva.
Para abreviar, finalmente veía a la pareja y a sus tres hijos, quienes con el tiempo habían adquirido una salud más estable. La atención principal se centraba en la forma de vida de los padres y su relación con los niños, habiéndose logrado un progreso considerable en este aspecto, lo cual explicaba la mejoría general de la salud de todos.
En alguna ocasión llama la mamá porque el niño menor no la había dejado dormir la noche anterior por una tos resistente a todo jarabe. Se resolvió la situación del niño y de paso se revisó la historia de la señora, anotando la existencia de una discusión con un cliente de la empresa donde ella trabajaba, el día anterior.
Se hicieron las recomendaciones del caso y el niño mejoró; a la señora también se le dieron algunas ayudas para su condición interior. Sin embargo, más o menos cuarenta y cinco días después, volvió a llamar la señora por una situación de tos similar a la anterior, de nuevo en el niño menor.
Al volver a revisar la historia de la señora, luego de revisar la del niño, llamó la atención ver que en esta ocasión también ella había tenido una alteración emocional, la cual la había vuelto a sacar de casillas. Como en la ocasión anterior, hubo mejoría rápida con las sugerencias y con la ayuda al estado emocional de la madre.
Por tercera vez volvió a presentarse la misma situación, pero antes de referirse a la tos del hijo menor, se le preguntó si se había presentado alguna situación en la vida de ella, a lo cual respondió informando una discusión fuerte con el esposo el fin de semana anterior.
Esta vez se analizaron con la señora los episodios anteriores y cayó en cuenta de la relación directa entre los acontecimientos de su vida y los episodios de la salud del hijo. En los tres, el niño había hecho crisis cuando la mamá enfrentaba una dificultad emocional.
Es importante resaltar que las dos primeras incomodidades las vivió la señora en la oficina, sin estar presente el niño. No fue necesario presenciar la situación de la mamá para él afectarse, cosa obvia concluida de los hechos.
Después de entender esta situación, la mamá optó por revisar su respuesta ante las inquietudes planteadas por su diario vivir y por tomar otro tipo de comportamiento. De ahí en adelante, ocasionalmente llama para pedir ayuda con el fin de poder manejar una situación cualquiera, “para evitar otra crisis de los niños”, según sus propias palabras.
La enseñanza, en este caso, nos traduce cómo el hijo estaba captando las situaciones vividas por su mamá (igual puede suceder con el papá), no estando presente, necesariamente, en la escena de los acontecimientos. Pero queda una pregunta: ¿por qué antes se enfermaban todos y ahora uno solo?
Y es precisamente el menor. Hemos deducido, en primer lugar, en la situación anterior, que cuando enfermaban todos, se centraba la atención en el cuidado de la salud física de los hijos sin atender para nada la situación emocional del grupo ni de cada uno de los participantes, en forma individual.
En segundo lugar, el cambio en la actitud general, tanto del padre como de la madre, produjo una madurez en la relación intra familiar lo cual permitió el equilibrio general de la salud en todos ellos. Y en tercer lugar, la edad del niño era muy corta.
Llegamos a una conclusión muy significativa: los niños no entienden las situaciones de desarmonía ni las comparten; ni las pueden razonar en la misma forma como lo hacen los adultos. Y su manera de responder es con la salud. A lo largo de los cortos años de edad, la vida les ha enseñado un elemento de presión para llamar la atención: su salud.
Los menores guardan una dependencia absoluta de los mayores y sus respuestas las canalizan en el idioma aprendido: llamar la atención a través de la alteración de su salud. A la par con su crecimiento, van aislándose de los mayores y su salud se estabiliza, pues ya no necesitan la enfermedad como elemento de protesta.
De otra parte, cuando el niño no tiene prevención ni malicia y se manifiesta tal como es, no oculta nada; percibe todo y cree ser percibido de la misma forma como él lo hace con sus padres.
Pero, al crecer, comienza a ver la falsedad de los mayores y la doble faz de sus acciones. Encuentra válido, como norma para tener acceso a todo lo prohibido, el ocultar, el mentir y por lo tanto, debe cortar la comunicación intuitiva con los demás y cerrarse para no ser percibido. Luego, el daño consecuente es doble.
Si mantenemos la armonía en nuestro entorno, la salud de todos indudablemente mejorará y se mantendrá estable si la armonía permanece.
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