Publicado en Adulto Mayor, Amor, Arte y Cultura, Gimnasia Mental, Los Hijos, Prográmese, Tareas, VISIBILIDAD
Saliste conmigo de la casa como si te hubieran mandado a hacer un mandado: de mala gana. Quizá mi mamá te quitó la TV o quizá ella necesitaba estar sola para hacer algo, o yo estaba muy cansón, no sé….
Al atravesar la calle, me tomaste de la mano y por breves instantes me sentí que me llevaba un gigante. Llegamos y descubrí un nuevo mundo de verde, hierro y cemento pintado de colores. Es una isla rodeada de canchas y un feo restaurante que amenaza por devorarse todo el parque. Ah, se me olvidaba decirles que el parque se llama la Ceiba y queda en Cúcuta, la calor rosa como dice mi mami.
Para qué decirlo pero lo digo: creí que el parque era para mi papá y yo. Pero no fue así. Había niños y niñas también acompañados de sus familiares. Ví un abuelito, que en Cúcuta solemos con mucho cariño decirles nono, una tía, una mamá y uno que otro papá. Precisamente, había un papá regañón que desde una silla y a voz tendida, ordenaba dónde debía estar su hijo y dónde no, mientras conversaba con su esposa seguramente de cosas muy importantes. Pensé que eso no me iba a suceder esta vez a mí porque yo tenía planes para jugar con mi papá.
Vi entonces una rueda de madera a unos treinta centímetros del suelo que estaba sostenida en el aire por unas varillas de hierro que terminaban en punta. ¡Y estaba sola! Inmediatamente me dirigí hacía ella seguido de mi papá, ¡qué dicha!
Al llegar, volví la vista atrás y vi que un intruso había acaparado la atención de mi papá. Pensé que mi papá no se iba a dejar entretener demasiado porque quería jugar conmigo.
Mientras, me puse a jugar solo: me subí en la rueda, pero como no se movía, me bajé y la impulsé pero noté que al subirme, ya había perdido el impulso y sólo unos pocos centímetros conseguía avanzar por vez. Lo intenté varias veces pero, no pude disfrutar de su llevar.
Levanté la vista para localizar a mi papá y vi que se había situado en una esquina del parque a unos seis metros de mí, para seguir conversando con el intruso que tampoco se dio cuenta que era eso: ¡un intruso! Intenté, sin dejar la rueda para que no me la quitaran, llamar la atención de mi papá para que me impulsara pero todo fue infructuoso, incluso varias veces hice el amago de que mi pie había quedado enredado entre las varillas de hierro y me dolía sacarlo. Total, el intruso era más importante que yo y él había ganado.
No me quedó más opción que inventarme yo y buscar un amigo o integrarme como me suele repetir la maestra en la escuela. Ah, se me olvidaba decirles: tengo 5 años y medio.
Vagué por el parque como por otros cuarenta minutos como dicen los mayores o un rato más como lo digo ya que no tengo reloj. Noté que mi papá no me perdía de vista y entonces me conformé con terminar yendo de esquina en esquina.
Cuando menos lo esperaba, el intruso se despidió de mi papá y él entonces vino hacía mi. ¡Comenzamos de nuevo!
Pero no fue así. Vi que cuando venía hacía mí, sacó su teléfono y se puso a hablar largo y tendido como le dice mi mamá. Entonces, me senté a jugar con una niña sentados los dos en unos cubos de cemento. Total, no fue por mucho tiempo porque se la llevaron. Seguí jugando solo mientras mi papá, apoyado sobre unos de los tubos verticales de uno de los juegos, me decía que ya venía.
Finalmente se sentó en donde antes había estado la niña. Pero sólo se limitó a observarme lo que hacía con mis manitas y unas piedras. Ni siquiera me dijo si lo estaba haciendo bien o mal, sólo observaba, quizás estaba pensando en otra cosa o pendiente de otra llamada.
Pasaron unos minutos más y de pronto, escuchamos unas inconfundibles campanas: ¡ llegaron los helados! Tomé presuroso a mi papá de la mano y le mostré donde estaba el heladero.
Pero en ese preciso instante sonó su móvil o celular y me dije con rabia: ¡otro intruso!
Estaba en lo cierto, llamó mi mamá y tú, papi, de una manera inflexible y muy firme, saliste disparado y, yo detrás pidiéndote que me compraras un helado en medio de mis lágrimas que sabía que pronto había que desparecerlas pues tampoco iría a lograr algo con ellas.
Al escribir esta composición que mi maestra me puso para mañana, ya me siento más tranquilo y quiero decirte papi, que TQM, que cuando yo sea grande, espero llamar más que hoy, tu atención para llevarte al parque y jugar contigo; pero eso sí: ¡no te compraré una paleta si me la pides porque mi mamá ya tendrá lista la comida para cuando me la pidas!
AUTOR: Ernesto A. Contreras J.