Se presentó una vez una señora buscando ayuda para sus dos hijos a fin de generar en ellos un comportamiento más equilibrado y armónico y ella poder tener así un poco de tranquilidad y no llegara enloquecer.
Se trataba de una profesional, gerente de una empresa, oficio en el cual era necesaria una atención cercana con los clientes, razón por la que permanentemente estaba en almuerzos con ejecutivos y trabajaba en ocasiones más allá de las horas normales de labor.
Sus dos hijos, de 9 y 11 años, cuando no estaban estudiando, permanecían casi siempre solos o en compañía de la muchacha encargada de las labores domésticas, quien también se desesperaba por la actitud de los muchachos.
Se habló con la mamá en primer lugar y se le dio la misma información dada a todas las mamas y papas cuando tienen la misma situación: debe dejarse a los niños ser niños. Si queremos tener en la casa personas con comportamientos como adultos, saquemos a los hijos menores y dejémoslos afuera hasta su edad de adultos y entonces sí permitirles su sitio en la casa. Recordemos: si un niño permanece más de quince minutos en una sola posición, sin hacer nada, es porque o está enfermo o es bobo.
Se pidió a la señora enumerar las cosas hechas por los niños dignas de reproche o no correspondientes a su edad. Todo el problema consistía en el desorden, en las peleas entre ellos y con la muchacha del servicio doméstico y a veces algún descuido en los deberes del colegio.
Aceptó la señora como normal esa actitud para la edad de los niños y percibió que a través de una actitud de cambio en ella, la situación podría llegar a mejorar. Bastaba solamente hacer un pequeño cambio en la forma de cómo la señora veía a sus hijos y eso era todo.
Con los muchachos se habló y no tuvieron ningún inconveniente en reconocer todos los esfuerzos de la mamá para mantenerlos en la posición actual; los fines de semana los dedicaba a pasar todo el tiempo con sus hijos; las vacaciones eran sagradas para dedicarlas a ellos; la comodidad de la cual disfrutaban la debían al trabajo de ella y ese horario de trabajo era exigido por el puesto.
Se dejó la conversación allí y se les pidió regresar en un mes. La sorpresa fue grande porque ahora la mamá hablaba de lo divino del comportamiento de sus hijos y ellos a la vez reconocían tener una madre maravillosa a la cual adoraban aún más.
Y la verdad, la mamá siguió encontrando medias en el comedor y cuadernos en el baño o en la cocina; continuó sin poder ir a almorzar la mayoría de las veces y con frecuencia llegaba un poco más tarde de la hora habitual.
Cada uno de ellos había aprendido a reconocer y a respetar en los otros su condición y a valorar el esfuerzo desarrollado para sobrellevar la situación. Y sin cambiar nada por fuera, han transformado su casa en un paraíso. Todo lo realizado fue un pequeño cambio por dentro acerca del juicio que hacen a los demás.
Esto nos enseña, que el respeto por la individualidad en el niño es definitivo para su comportamiento en un futuro. Casi siempre culpamos a los demás por sus acciones sin reconocer en nosotros el origen de ese comportamiento.
Veamos otro caso: en una ocasión trajeron una niña de escasos 2 años y medio; no permitió en ese momento ni mirarla. La habían llevado entre 2 y 3 veces por mes al médico, en los últimos catorce meses, y ya no soportaba la presencia de ningún extraño en su cercanía.
Se hicieron algunas sugerencias por su sintomatología, por la actitud de la niña y la información de la mamá, quien no paraba de mostrar su inquietud durante todo el tiempo, la cual explicó atribuyéndola a la angustia por la salud de su hija.
Volvieron unos cuatro meses más tarde; ya había estado mucho mejor durante ese tiempo y la niña se mostraba menos huraña. Volvió a hacerse nuevas sugerencias, esta vez haciendo observaciones directas en la niña quien permitió por lo menos mirar sus manos y su lengua a distancia. En esta ocasión se volvió a notar la misma inquietud de la mamá.
Regresan unos seis meses más tarde y en esta ocasión la niña permitió hacerle una observación más completa; se movió por todo el recinto, tocó y cogió todo lo accesible al alcance de sus manos; se subió al escritorio y jugó en él. Se le sugirió no tocar algunas cosas específicas obedeciendo y respetando la observación.
Nos llamó la atención la inquietud de la mamá, la cual en esta ocasión era superior a las veces anteriores. Explicó que en la casa le pasaba algo similar: todo el tiempo la mamá debía estar detrás de la niña vigilándola para no dejarla coger las porcelanas, no dejarla tirar las cortinas, ni coger las ollas de la estufa, ni meterse en la alberca… y un largo no coger, no tocar, no “hacer”.
Se le hizo la siguiente observación a la mamá: todo lo que había hecho la niña era propio de su edad y no había nada digno de reprensión o de castigo; se le hizo ver que cuando se le sugirió a la niña no tocar algunas cosas, lo entendió y acató; que no permaneció más de dos minutos en una misma actividad y que finalmente nada desordenó ni dañó.
Cuando contamos esta historia, hacemos una pregunta: si la niña decide en algún momento pasar un rato en absoluta tranquilidad, ¿se queda en la casa o preferirá ira donde puede estar a sus anchas? Y esta pregunta la hacemos a diferentes personas, y en muchas ocasiones responden: “seguramente preferirá estar en donde le permitan moverse libremente”.
Pero, nosotros somos extraños para la niña; no le compramos juguetes, ni ropa, ni alimentos; no la hemos parido, no la consentimos, ni la acariciamos, ni la enseñamos a rezar, ni le damos compañía y no hay ninguna acción con la pretensión de ganarnos la buena voluntad de la niña. Y sin embargo, ella seguramente se siente mejoren nuestro espacio que en su casa.
Y ahora nos preguntamos: ¿Por qué razón los jóvenes no nos hacen caso?; ¿por qué se sienten incómodos en la casa? y ¿por qué un sinnúmero de preguntas achacadas como responsabilidad exclusiva de los muchachos y atribuidas a las compañías de otros chicos, al efecto de la televisión y al colegio?
Sin embargo, los casos referidos acá nos muestran lo inexacto de esa apreciación; el problema más bien puede estar en la mente de los adultos cuando no somos capaces de ver en los niños un proceso, cuando no somos capaces de observarles, entenderles y respetarles, para facilitar la armonía.
EFRAÍN LESMES CASTRO