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Entérese del cambio: El ELN le apuesta a la Paz Total 60 años después de creado
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Respuesta brillante y contundente a una cuestión intrigante: el estilo de desarrollo mediocre y con un sesgo anticampesino se ha cruzado en la historia colombiana con la debilidad del Estado frente a las élites tradicionales. ¿Guerra sin fin o paz violenta?
Mauricio Uribe López *
Guerra larga y compleja
Este artículo resume el argumento central sobre la duración de la guerra colombiana que desarrollo en mi tesis doctoral, recientemente publicada bajo el título “La Nación vetada: Estado, desarrollo y guerra civil en Colombia”. Omito cifras, referencias bibliográficas y explicaciones exhaustivas con el propósito de presentar el hilo general de la argumentación, sin detenerme en los detalles de cada pieza y su forma específica de articularse con las demás piezas.
Según las cifras de la Universidad de Uppsala y del Instituto Internacional de Investigación sobre Paz de Oslo, la colombiana es una de las guerras civiles más viejas del mundo, junto con las de Myanmar y Filipinas. El conflicto armado en Israel no se considera como una guerra civil, por tratarse de una disputa entre dos comunidades políticas claramente diferentes.
¿Por qué la guerra civil colombiana — o si se tienen dudas sobre la aplicabilidad del término, nuestro “conflicto armado interno” — es una de los más prolongadas del mundo y la única que persiste en el hemisferio occidental?
Para responder esa pregunta no resulta útil plantear una causalidad simple y lineal que parta, por ejemplo, de la pobreza, la desigualdad, o la abundancia de recursos naturales hacia la prolongación del conflicto. Esas no son condiciones suficientes para una guerra duradera. Complejas cadenas de eventos como los de una guerra larga no pueden explicarse a partir de unas pocas variables. Tampoco a partir de muchas variables, porque la explicación de un problema social no sirve si pretende ser más compleja que el problema mismo.
Sin embargo, hay que prestar atención no sólo a un conjunto de variables relevantes, sino también a la urdimbre de procesos y mecanismos que tejen, en cada caso, un resultado particular.
En el caso de la larga duración de la guerra colombiana es posible identificar dos características de la estructura social y política que sirven de base para la explicación: la debilidad de nuestro proceso de construcción nacional y un estilo de desarrollo mediocre y de sesgo anticampesino.
En América Latina, el Estado es anterior a la Nación, al contrario de la experiencia europea. Una Nación es un espacio de reconocimiento mutuo de derechos y obligaciones. Ciertamente, puede ser un espacio de desigualdad y su proceso de construcción puede estar marcado por prácticas de opresión.
Sin embargo, lo que da sentido a la comunidad política es la percepción compartida de cierta homogeneidad. Para construir esa percepción en América Latina, era necesario resquebrajar el poder de las élites tradicionales, portadoras de un proyecto de segregación heredado del orden colonial.
En varios países, las élites no tradicionales vinculadas con el desarrollo hicieron esfuerzos importantes de construcción nacional, alentadas en algunos casos por las necesidades políticas del proyecto de industrialización por sustitución de importaciones. Tal ha sido el caso de Chile, México, Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay y Costa Rica.
En Colombia, el Estado no fue el motor del desarrollo: los gremios económicos eran el principal y el Estado el agente. En cambio, en los casos donde se buscó dislocar a las élites tradicionales para construir el Estado, el proceso se apoyó en episodios de redistribución masiva del respeto y del reconocimiento social.
Esos episodios canalizaron tensiones sociales y crearon cierto sentido de comunidad, que si bien no resolvieron el problema de la desigualdad, contribuyeron a evitar el doloroso expediente de la guerra civil. Guatemala y Perú son ejemplos de guerra civiles posteriores a la frustración de esa experiencia de construcción nacional (el primero en forma abrupta y el segundo de manera gradual).
En Colombia nunca tuvo lugar esa ruptura con las élites tradicionales. En parte por la fragmentación misma de las élites: geográfica y social. La estabilidad del statu quo en el país es compatible con la fragmentación de los actores sociales y con un tipo de liberalismo por defecto, planteado no para controlar el poder político, sino para abortar su conformación. Un liberalismo sin Leviatán.
Estilo de desarrollo
La existencia de guerras civiles de larga duración está relacionada con algún tipo de desajuste o desequilibrio en el estilo de desarrollo. Aquellos pocos países con guerras civiles largas que no exhiben alta incidencia de la pobreza o grados muy elevados de desigualdad vertical, presentan desigualdades horizontales o tienen mercados con alta vulnerabilidad del empleo y fuerte exclusión de la población juvenil masculina. Los países con guerras prolongadas y baja desigualdad normalmente son países de renta baja.
En el contexto colombiano de debilidad de la comunidad política, el estilo de desarrollo —es decir, la tendencia a largo plazo de la distribución de los recursos entre los grupos sociales — se ha inclinado hacia la expulsión permanente de población: del campo y de las opciones económicas formales en la ciudad, hasta las zonas más allá de la frontera agraria o a las economías informales y la criminalidad urbana.
La acumulación originaria en Colombia ha sido permanente y el desplazamiento forzado es su principal expresión contemporánea. La incidencia e intensidad de la pobreza rural son de las más elevadas entres los países latinoamericanos de desarrollo humano “alto”.
Debilidad del proceso de construcción nacional y estilo de desarrollo con sesgo anticampesino son dos características que han contribuido a prolongar la guerra colombiana. Los mecanismos que conectan esas dos características son las coyunturas críticas y la dependencia de la trayectoria. Ambos se presentan acá, apoyados en un par de enunciados contra–fácticos.
Secuencia de un drama histórico
La explicación estilizada del proceso que ha determinado la duración de la guerra colombiana tiene cuatro argumentos:
En 1964 tuvo lugar una coyuntura crítica donde se encontraron dos secuencias causales:
La primera secuencia resultó del estilo de desarrollo colombiano y su característica principal: el sesgo anticampesino. Una cadena de derrotas sucesivas del campesinado desde el siglo XIX y a lo largo del siglo XX, conformó esta secuencia.
La segunda secuencia fue la adscripción de las fracciones más conservadoras del bloque en el poder, incluyendo a sectores de las Fuerzas Armadas, al discurso anticomunista de la Guerra Fría y su uso para descalificar y reprimir las demandas redistributivas mediante la violencia.
La intersección de ambas cadenas se concretó mediante la decisión política de crear al enemigo, bombardeando unas zonas ocupadas por las autodefensas campesinas que, tras la guerra bipartidista, se habían refugiado y organizado allí. De esos bombardeos surgieron las FARC.
Esa coyuntura crítica inauguró una trayectoria donde el inicio de una guerra civil se vino a sumar al desarrollo concentrador y de sesgo anticampesino. La retroalimentación positiva entre estilo de desarrollo y sesgo anticampesino por un lado y guerra civil, por el otro, no era todavía irreversible.
Durante los primeros años de la guerra civil, los costos de invertir la trayectoria no eran demasiado altos, todavía. Aún estaba abierto el repertorio de opciones que incluía la reforma agraria. Su aplicación temprana habría contribuido a desactivar los flujos migratorios que alimentaron la respuesta armada contra el Estado.
Si hubiera existido un proceso importante de construcción nacional, el dislocamiento de las élites rurales habría aminorado la presión demográfica sobre la tierra: bien a través de la reforma agraria o de un proceso de industrialización acelerado.
En todo caso, ese dislocamiento hubiera hecho menos probable el Acuerdo de Chicoral que sepultó en 1972 las posibilidades de una reforma agraria. Este acuerdo no es tanto un momento formativo, una coyuntura crítica, sino un evento que refuerza intensamente la trayectoria inaugurada por la coyuntura crítica.
En la década de los ochenta, se intensificó el proceso de retroalimentación positiva entre estilo de desarrollo y guerra civil.
Dos subproductos de ese estilo de desarrollo, el narcotráfico y los cultivos ilícitos, aceleraron el ascenso de nuevas élites apalancadas por la ilegalidad, catapultaron la capacidad militar de los competidores armados del Estado y subordinaron (no sin entusiasmo doméstico) al bloque en el poder a la agenda antidroga estadounidense primero y, a la cruzada contra el terrorismo, después.
El proceso de retroalimentación positiva en la ya larga dependencia de la trayectoria inaugurada en la década de los sesenta, llegó a su clímax en los noventa.
El intento de poner fin a la guerra durante la primera década de este siglo sin modificar el estilo de desarrollo, e incluso, acentuando sus rasgos sociales más regresivos, nos pone ahora ante la perspectiva de una guerra sin fin o, en el mejor de los casos, ante una “paz violenta” en un futuro cercano.
* Doctor en Ciencia Política de la FLACSO-Sede Académica de México y profesor del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (CIDER) de la Universidad de los Andes.
Fuente:
http://www.razonpublica.com/index.php/conflicto-drogas-y-paz-temas-30/3700-ipor-que-ha-durado-tanto-la-guerra-en-colombia.html