¡Yo no le jalo más a ese jueguito!

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Publicado en Derechos, Mujer

Mi mamá tenía muchos problemas. O ella, creía que los tenía y, le seguían llegando más parecía que hicieran cola para llegarle. Solía repetir lo que cuando uno está de malas va de culo para el estanco. Sentía y se le veía que la ansiedad le hacía estar ganado peso, poco dormía y la pensadera le copaba la mayor parte del día impidiéndole hacer lo que debía hacer. Tenía que hacer muchas cosas pero no hacía una bien cómo quería que le quedara.
A veces estaba triste cabizmunda y meditabaja y, a veces (la mayoría), solía permanecer “piedra” a todo dar, irascible e incorforme con todo. No se hallaba. Pero si estaba dispuesta a “peliar” con Raimundo y todo el mundo a lengua suelta sin parar, repitiendo la cantaleta, una vez que llegaba al final de sus insinuaciones, indirectas directas y machacar lo desgraciada que se sentía.
Gruñona, casi no dormía y margada la mayor parte del tiempo era el semblante a lo que nos habíamos acostumbrado a verle la mayor parte del tiempo.
Pero el día menos pensado la cosa cambió. ¡Sí cambió para todos!
La causa del cambio no tenía nada que ver con que la situación hubiera cambiado, todo seguía igual en la casa. Nos comenzamos a dar cuenta cuando mi papá le dijo a mi mamá:
-“Voy a bajar al billar a ponerle “la teja” con unas cervececitas a mis amigos. Eso de seguir buscando empleo está duro.”
Mi mamá impávida le escuchó como si estuviera lloviendo y le contestó:
-“Está bien, vaya a disfrutar sus cervezas.”
Mi hermano al rato llegó de la universidad con el comentario de que le había ido mal y que iba a descansar ese semestre. Mi mamá le contestó que podía hacer lo que quisiera pero, cuando decidiera volver a estudiar si así lo decidiera, tuviera en cuenta también que él mismo hiciera la platica para pagarse su matrícula.
A mi hermana, quien no hacía más que abrumarla con todos sus caprichos y quejas de los demás, le sorprendió mucho que no hubiera reaccionado como “culipronta” cuando le contó que la “regla” aún no le había llegado y que el sinverguenza del novio tenía días de haberse aparecido a sacarla de la casa a las 9 de la noche. Sin inmutarse mi mamá, le espetó sentenciosamente:
- “A lo hecho pecho” y siguió campante haciendo el oficio. Eso lo repitió cuando llegaron chismes que contaban mis tías, las hermanas de ella que le consultaban todo porque al parecer para todo ella tenía la última palabra y ella también como “culipronta”, se sentía en la obligación, (responsabilidad y coculpable, si algo fallaba su receta), de meterse a resolver todo tipo de problema que le llegara por pequeño o grande que fuera.
Pero, también llamó la atención cuando llegó mi hermano, el casado, como perrito regañado a decirle que iba a quedar unos “diitas” en casa porque la mujer lo había “echado”. Ella, mi mamá, inconmovible, a diferencia del pasado y sus consabidas “pullas” hacia la nuera, le dijo a mi hermano el casado:
-“Está bien hijo, mire en dónde puede por ahora echarse a dormir y mire usted cómo puede encontrar la solución a su problema.
Esta reacción, tan inesperada, prendió la alarma en todos. Cada quien, unos “torcidos” en su manera de pensar y otros exagerados en sus reacciones o asustados simplemente, buscaban una causa para explicar ese comportamiento tan sospechoso. ¿Tendría un mozo?, se había vuelto adicta a algún vicio? ¿Había caído en las fauces de un pastor, ella que ni era tan religiosa? ¿Sería que mi mamá se había enterado a última hora que tenía una grave enfermedad irreversible y que estaba cercana la inminencia de su muerte? Eso lo imaginamos unos y otros, pero eso sí: todos estábamos alarmados.
Pero no, ¡qué va! ¡Mi mamá estaba más sana que nunca!
Nos dimos cuenta cuando en oportuna ocasión, por fin todos nos reunimos aprovechando que fue a misa sola como siempre. Asustados nos hicimos muchas recriminaciones y acusaciones, cuando la cosa no paraba, nos dimos a su vez cuenta que el problema era mi mamá quien después de una hora de ausencia llegaba y ni siquiera se sorprendió de vernos a todos. La llamamos y le preguntamos -“¿qué era lo que le estaba pasando?” Así de fácil se la pintamos. Pero así de fácil, también nos respondió:
-“Sin darme cuenta, me estaba ahogando en un vaso de agua. Fui a cultos y grupos de oración, escuché a todo aquel que hablara de motivación, estuve en conferencias de neurolinguística, meditación, superación, terapias de la risa, del alma, me tomé mis aguardienticos a escondidas para ahogar mis penas pero cada vez que intentaba algo nuevo, me di cuenta que tampoco estoy para esas vainas, ni perdederas de tiempo, me dí cuenta que mi angustia no era artificial, que mi constante estrés iba conmigo a todas partes, que no me hallaba a cualquier hora del día y la noche, hasta que cuando que cuando creí que no iba a “tocar fondo” nunca, que todo obedecía a una cadena de acontecimientos que al parecer no se podía cortar porque tontamente creía que eso era parte de mi vida y que sólo me quedaba como opción resignación tras resignación. Y entonces y sólo entones, cuando sólo cuando me pregunté, – ¿Qué cosa diferente a lo que siempre he hecho, me falta por ensayar? Sólo cuando encontré esa pregunta tan apropiada, fue que encontré la respuesta apropiada. Y ahora estoy y me siento feliz ¡así todo me parezca que se derrumba a mi alrededor!
-“Pero, mamá, explíquese mejor.” Dijimos todos casi al mismo tiempo.
Ella tranquila, en medio de un gran silencio y el inusitado autocontrol que transmitía, continuó:
-“Hasta ahora, me di cuenta que me había involucrado demasiado en la vida de los demás y a los demás eso les pareció más cómodo. Con el tiempo, me olvidé de mi misma y de vivir. Traté de vivir lo que los demás vivían, ellos o ustedes, unas veces miope u otras egoístamente, y quizá sin ninguna mala intención, me hicieron creer que sin mí no eran capaces de resolver sus propios problemitas hasta el punto que siempre los veían irresponsablemente. Pues bien, ¡encontré la solución!
Convencida de ello, con una pausa acompañada de una profunda aspiración, como contando hasta seis, conteniendo el aire por dos segundos y botándolo por la nariz como contando también hasta seis a lo yogui, tomó de nuevo la palabra en medio de la sala donde todos continuábamos expectantes, primera vez en muchos… muchos años:
-“De pronto me di cuenta, que la responsabilidad es de cada quien con respecto a lo que hace o deja de hacer. Que yo no me debía sentir responsable de nada y menos culpable de lo que debían hacer por si mismos los demás, así fueran mi propia familia. Siempre los ví como si todos fueran mi responsabilidad para toda la vida, ¡olvidándome de la mía! Que así como venía yo haciéndoles sus deberes, dejándome sentir responsable muchas veces sin serlo, cuando estaba en cada quien la respuesta, entonces me dí cuenta que ese jueguito no lo iba a jugar más. Me dije entonces, ¡se acabó el jueguito! De ahora en adelante, no me sentiré responsable de los demás, cada quien con lo que le corresponde. Tampoco me dejaré sentir culpable cuando alguien me quiera meter en su jueguito, no me dejaré manipular o chantajear emocionalmente. Cada quien, aunque no le parezca, tiene cómo y con qué resolver su problemas y, si no lo querías ¿para qué los creó? Vayan al carajo grande o dónde le plazca a resolverlos. Sé que van a venir una y otra vez, a recurrir a las mismas tretas del pasado, pero sepan que de ahora en adelante, no me tendrán como una “alchahueta” o “culipronta” que fuí. No. Los quiero mucho pero eso no les da ningún derecho para que intenten afectar mi estado de ánimo o mi derecho a sentirme feliz cada día de esta mi vida. Ocúpense cada quien de lo que si mismo, no se dejen alcanzar de la pereza o el facilismo. Yo ni nadie puede hacer por ustedes mismos, lo que ustedes no están dispuestos a hacer por si mismos. Ahora ya lo saben: no daré un paso atrás en mi derecho a ser feliz así el mundo se esté hundiendo para los demás.”
En medio de una extraña pero, reveladora sensación en el ambiente , levantó mi mamá la voz con resucitada alegría interior y dijo:
–“¡Cada quien a lo suyo y ahora déjenme hacer el almuerzo!”

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