¿De quién es la culpa?

¿De quién es la culpa?
¿De quién es la Culpa?
Autor: Efrain Lesmes Castro

Detenerse sólo lo necesario

Un cuento viene al recuerdo, para nuestro concepto muy oportuno; nos advierte de no engancharnos a las cosas. Más bien debemos aprender el mensaje enseñado por ellas, para nuestro crecimiento y continuar.

La historia se realiza en un lago, donde una persona, confiada en sus cálculos, decide cruzarlo, solo, en un bote, llevando consigo lo necesario para el viaje y con todo lo suficiente y necesario para enfrentarse y resolver los posibles inconvenientes imprevistos.

Estando en el centro del lago, inesperadamente se pica, y a pesar de su destreza y de sus previsiones, no logra evitar el volcamiento de la lancha ni tiene tiempo de tomar los elementos indispensables para afrontar la nueva situación.

Se presenta el desespero pero se defiende a brazo partido contra la inclemencia del lago y trata, por todos los medios, de alcanzar la orilla, agotando hasta el último atisbo de energía y manteniendo una voluntad inquebrantable de no rendirse; pero las fuerzas tienen un límite y en medio de la angustia, se agotan más pronto.

En el último intento por mantenerse a flote, exhausto y sin esperanza de vida, renunciando y entregándose a su suerte, un tronco le golpea e instintivamente se aferra a él y se queda quieto, agotado. Pero no hay lucha y sólo emplea su energía residual para respirar y mantenerse sujeto al tronco. Y por la ley del flujo y reflujo de las olas, finalmente la marea lo lleva hasta la orilla y se queda allí inmóvil, dejando al tiempo hacer lo necesario para el retorno de las fuerzas y las nuevas ilusiones de vida.

Al final, se levanta y, con la reflexión, posiblemente encuentre la lección brindada por la vida; tal vez de gracias a sus deidades o tal vez ofrezca un ritual o una promesa; tal vez reafirme la convicción de su autosuficiencia o la bondad de su buena suerte.

Pero nunca hemos sabido de un náufrago viviendo en la playa con el tronco salvador o de haberlo llevado a la casa para hacerle un altar.

Si reflexionamos, tal vez hemos vivido situaciones dramáticas ofrecidas por la vida como elementos de crecimiento –no como desgracias para arrastrar por el resto de nuestra existencia–, y algo o alguien nos saca del apuro; pero, en esos casos, casi siempre nos enganchamos a quien nos ayudó –o al objeto salvador– y le hacemos altares no sólo en todos los lugares disponibles sino también en nuestro corazón y en nuestros sentimientos y nos quedamos con la deuda de por vida, rindiendo tributo a un lastre que no nos ayudará a seguir, sino al contrario, nos fija más al nivel actual.

Por otra parte, nuestros salvadores de turno se encargan de estar permanentemente recordándonos la deuda: le debemos nuestra vida o nuestra condición. Jamás se toma el caso como obra de la armonía del plan universal, ni como ocasión planteada por la vida para nuestro crecimiento; antes de ser un privilegio para el salvador y un castigo para la víctima, es una ocasión planteada para nuestro crecimiento.

Sería bueno hacer un balance y revisar si hemos podido seguir nuestro camino, después de un suceso vivido; falta ver si nuestro avance de pronto se ha hecho lento, no por carecer de fuerzas sino por los ídolos cargados; y sería bueno, sin desconocer el mérito del salvador, si hemos podido hacerle la venia, dar las gracias y seguir adelante.

También, si cuando hemos sido nosotros los salvadores, hemos podido tener la humildad de reconocernos solamente como el instrumento útil para el plan del Creador y aceptar ese hecho como un aprendizaje. Debemos revisar si no nos hemos inflado de soberbia y nos hemos quedado rentando los frutos, a cargo de una desdicha ajena.

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