El prisionero y el pájaro

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Publicado en Correspondecia Recibida, Fábulas

“Un prisionero condenado a muerte mantenía en su oscura celda a un pequeño pájaro, dentro de una jaula. Por tratarse de un criminal de alta peligrosidad, no le era permitido salir de la celda.

Él sabía que ya estaba amaneciendo cuando el ave se ponía a emitir pequeños y cortos sonidos. Sabía cuando el sol ya estaba alto al escuchar sus alegres y largos trinos mientras daba saltitos en la jaula. Cuando el ave se aquietaba un poco, escondiendo la cabeza debajo de una de las alas, él pensaba: “ya casi estamos a media tarde”.

Algún tiempo después el ave abría las alas y las sacudía con mucha rapidez, como que se desperezaba. Enseguida, se alimentaba y luego se ponía a cantar bien alto y muy lindo. En esos momentos descubría que la noche ya estaba aproximándose, que un día más estaba llegando a su fin y que él estaba un día más cerca de cerrar los ojos para siempre. Así comenzaba y terminaba cada día del prisionero.

Cierta mañana escuchó pasos firmes en el corredor y sintió que había llegado la fecha marcada para su ejecución.

Se le preguntó si tenía un último deseo, a lo que respondió: “deseo ir al patio, llevando la jaula con el pajarito”.

Concediéndosele, fue llevado al patio y, ante las miradas curiosas de todos los presentes, abrió la puerta de la jaula diciendo al pájaro: “Ve y conoce de cerca lo que por tanto tiempo te negué”.

El ave salió y rápidamente ganó el inmenso espacio azul, y voló tan alto que llegó al punto de no ser más vista por sus observadores.

Llevado a la sala de ejecuciones, pocos minutos después el prisionero estaba muerto y, en su rostro se veía una expresión de éxtasis y de paz. Sus labios parecían sonreír.

Cuando sus pertenencias retenidas fueron entregadas a la familia, en la bolsa de su camisa fue encontrada una tarjeta que mostraba la imagen de un Ángel, y al reverso se leían las palabras:

“Soy tu ángel Guardián. En toda y cualquier situación estaré cada momento contigo. Solamente esperaré que un día comprendas la fuerza de un Gesto de Amor, aunque sea ese el único y último de tu vida. Ese día, donde sea que te encuentres, como quiera que estés, solamente mira hacia el inmenso azul del cielo, con la seguridad de que allá está Dios siempre listo para darte una oportunidad más. Allá también estaré yo esperando por tí…”

 

Autora: Silvia Schmidt

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